Machismo con trapeador

More

Borderzine file foto

Por Jocelyn Soto

Creo que puedo hablar por muchas de las mujeres latinas cuando digo que desde niñas tenemos un sueño en común: llegar al altar con un vestido blanco, largo y brilloso y con nuestro príncipe azul al lado.

Pero no vivimos en un cuento de hadas donde llega un hombre perfecto a rescatarnos. Inválidas no somos.

Recuerdo que desde muy chica me gustaba que mi mamá y mi abuelita me contaran cómo cada una había conocido a su príncipe azul (mi padre y mi abuelo), la boda, y cómo era su vida después de casadas.

Ahora ya más madura veo la vida diferente, en la que el rol de la mujer en el matrimonio cambia entre las generaciones y depende del lugar donde viven, aunque no lo crea.

Mi bisabuela Carlota Pérez nació en el Zacatecas de 1925; una señora muy religiosa y con creencias muy distintas a la generación del milenio.

Ella cuenta que fue muy afortunada en casarse con el hombre que amaba porque en esos tiempos los padres de niñas adolescentes escogían sus esposos por el interés de mantener el estatus de la familia.

Mis bisabuelos vivían en Valparaíso, un pueblo de Zacatecas. La responsabilidad de mi bisabuelo era de irse a los campos a sembrar y cuidar su ganado. En cambio, mi bisabuela se quedaba en la casa a cuidar los niños, limpiar la casa, tener lista la comida para cuando llegara mi bisabuelo. Si tenía tiempo se dedicaba a tejer.

Lo que el hombre decidía y dijera tenía que respetarse aunque ella no estuviese de acuerdo, contó mi bisabuela Carlota. O se quedaba callada o recibía golpes.

Vemos pues que el machismo existía a un extremo más alto del que vemos hoy en día. Mi mamá, en cambio, es completamente diferente a mi bisabuela en su carácter y en sus creencias.

Mi madre me contó que una vez casados viajaba a México con mi padre para visitar a sus familiares.

“Una noche que estábamos en casa de mis suegros y tu papá iba de salida con su mamá, a escondidas de mí. Yo me percaté y salí a preguntarles a donde iban, y ella me contestó que a un baile que había en el pueblo. Y yo le respondí: ‘Nosotros venimos juntos a gastar el dinero que nosotros ahorramos, juntos’. La señora quedó impactada que yo le haya hablado así y le dijo a tu papá que se quedara conmigo”, recordó mi madre.

Cuando se lo contó a mi bisabuela, ella se quedó en shock de la manera que le había contestado mi mamá a su suegra. En esos tiempos las nueras tenían que respetar a la suegra como si fuera su propia madre.

“No hija, eso no tenía que hacer. Vaya y pídale perdón a su suegra”, dijo mi bisabuela. Mi mamá le contestó: “No abuelita, ¿por qué? Eso era antes, yo no voy a dejar que me traten como las trataban a ustedes”.

El rol de mi mamá, a diferencia de mi abuelita y bisabuela, no era únicamente el de ama de casa sino el de una mujer que trabaja y se vale por sí misma. Si ella no está de acuerdo con mi papá le dice lo que piensa.

Aunque el machismo sea menor en mi casa, no quiere decir que ya no exista en el 2016.

Las jóvenes latinas de mi generación crecimos con más espacio para expresarnos ya que fuimos criadas en un país con mayor libertad que el de nuestros padres. Somos más autónomas, y tomamos decisiones propias.

Sin embargo, todo cambia al cruzar la frontera al sur.

Durante las vacaciones de primavera el pasado marzo viajé a Jerez, Zacatecas y conocí a un joven de mi edad que me hizo ver las diferencias entre los matrimonios en México y en los Estados Unidos.

“Aquí quédate, nos casamos, tenemos hijos, y tú te quedas en la casa”, me decía. Pero al contarle que necesitaba regresar a los Estados Unidos para terminar mis estudios me respondía, “¿Para que estudias? Aquí vas estar ocupada con nuestros hijos”.

Parecía que me hablaba en otro idioma. Me sentí insultada pues toda mi vida mis padres me habían enseñado a ser trabajadora, independiente, y seguir estudiando.

Lo que este muchacho me dijo me hizo contemplar la vida que llevaría una mujer mexicana en su matrimonio comparado con el de una mujer estadunidense: una vida a la que yo no me podría adaptar.

Fue entonces donde me di cuenta que en México, las mujeres en ciudades pequeñas todavía siguen de alguna manera las tradiciones que se veían en las épocas de mi abuelita y bisabuela.

En la revista TV Notas de la edición de abril, el cantante mexicano Julión Álvarez habla sobre sus logros y sus romances e incluye un comentario machista que alborotó a las redes sociales.

“Me he enamorado muchas veces, pero lo que me gusta es que sean muy damitas. Estoy educado a la antigüita, me agrada que les guste agarrar un trapeador, porque puede estar hermosa y ser buena para lo que sea, pero si no tiene ese detalle, pues para mí no sirve”, dijo el cantante de 33 años.

Como vemos, el machismo no es cosa de ayer. Sigue vivito y coleando en pleno siglo XXI, con o sin trapeador.

Jocelyn Soto es estudiante de periodismo en Columbia College Chicago.

 

Comments are closed.