El día de hoy hablaré del recorrido que hicimos por otra parte de la región del Big Bend en nuestro camino hacia Presidio, Texas—y Ojinaga, Chihuahua, del otro lado del Río Bravo. Salimos temprano del pueblo fantasma de Terlingua, donde tomamos más fotos y desayunamos en un sitio que era sólo para turistas. Seguimos entonces por la carretera FM-170, conocida también como “Camino del Río” (The River Road). La FM-170 comienza en el denominado Study-Butte, que es la entrada al parque nacional del Big Bend. Ahí encontramos algunos hoteles, tiendas, una gasolinera y restaurantes; todo esto era esencialmente para los turistas del Big Bend. Dentro de esta área, y afuera de una tienda de comida y suvenires a la entrada del Parque Nacional, vimos a una señora matando moscas.
La señora mataba las moscas que iban apareciendo y éstas parecían no acabarse; llegaban una tras otra. Yo no entendía por qué la señora seguía matando moscas, si solo mataba una y aparecía otra nueva que debía matar. Algo debía haber por ahí que seguía atrayendo a las moscas, no obstante que había alguien que se empeñaba en acabar con ellas en el aire libre. La verdad me pareció una tarea de lo más inútil del mundo, pues la señora afuera en la calle nunca iba a terminar con las moscas por más que aplastara una por una a las que iban llegando. Era un esfuerzo en vano, como una guerra que se libraba “pero que nunca sería ganada”. Y era tan lógico. Entonces ¿por qué la señora se empeñaba en matar las moscas? Le pregunté a Sergio, quien me contestó que “una de dos: o sentía que sí estaba acabando con ellas así, o tendría otro objetivo que desconocíamos”, y que sólo entenderíamos adentrándonos en su mente compleja. La mente de la señora sí me pareció que era compleja, o mejor dicho, pensé que ella estaba enferma.
El Camino del Río, las rocas planas pequeñas, un campo de golf y el parque estatal
La FM-170 se junta con la carretera estatal TX-118 donde se ubica la entrada del parque nacional—a una pequeña distancia de donde la señora mataba moscas. A como cinco millas se encuentra Terlingua, y continuando por el Camino del Río llegamos a Lajitas, Texas, un lugar muy agradable con un campo de golf para gente de más recursos en medio del desierto. El paisaje que admiramos al pasar por el Camino del Río fue espectacular: las rocas, las montañas, las plantas desérticas, y el sonido del Río Bravo son únicos en el estado de Texas. Y ese camino nos llevó a Lajitas, que en español significa “rocas planas pequeñas” (small flat rocks).
Lajitas se encuentra localizada en el extremo occidental del parque nacional del Big Bend en la parte suroeste del condado de Brewster. Este lugar forma parte también del desierto de Chihuahua y por un tiempo habitaron aquí algunos grupos de indígenas mexicanos que fueron desplazados de la región por los apaches y luego por los comanches en los siglos dieciocho y diecinueve. Más adelante, y después de que terminara la era minera en Terlingua y abandonaran dicho pueblo la mayoría de sus habitantes, se construyó un sitio turístico y un campo de golf en lo que hoy es Lajitas. Sergio y yo decidimos hacer una parada en el hotel y apreciar la belleza de las montañas y el río desde un lugar muy elegante en el desierto. Había también una iglesia de tipo antiguo restaurada, y el museo de los cuernos largos de Lajitas (Lajitas Longhorn Museum) .
No se parecía esto a Terlingua y mucho menos al poblado de Boquillas del Carmen que habíamos visitado el día anterior. Al pensar en el hotel, sus jardines, su bar y restaurant con muebles de estilo rústico del tipo tejano, y el campo del golf, así como en todas las comodidades del lugar, pensé de nuevo en las grandes diferencias que se aprecian en la frontera. La frontera México-Estados Unidos es un lugar de grandes contrastes donde conviven lo rico y lo pobre, lo bueno y lo malo, el río y el desierto, el desarrollo y el subdesarrollo. Lajitas y Boquillas del Carmen eran dos pequeños poblados tan diferentes donde se ven reflejados todos estos contrastes. Si comparamos estos dos poblados, podemos pensar en dos mundos diferentes, separados por un río y en paisajes de rocas y montes cubiertos con plantas espinosas en medio del desierto.
Dejamos este mundo bonito para gente más rica y continuamos por la FM-170 con rumbo a Presidio. Entramos entonces al parque estatal Big Bend Ranch—el más grande de Texas—y disfrutamos de más de ese paisaje espectacular a orillas del Río Bravo con sus montañas rocosas, sus curvas y subidas y bajadas. Esta parte del viaje fue también muy interesante y lo disfrutamos mucho. Casi no encontramos a nadie manejando por el Camino del Río. Era verano y la zona del Big Bend no atrae a tantos visitantes por las altas temperaturas. La mayoría de los turistas visitan esta región a finales o en los primeros tres meses del año, cuando las temperaturas son menos calurosas y permiten a los visitantes realizar excursiones a pie. Pero ahí estábamos Sergio y yo, en una carretera hermosa y solitaria. Paramos algunas veces a tomar fotografías del paisaje, en el que no encontramos ni edificios, ni cables de luz, ni señal de celular, ni a la patrulla fronteriza. Es importante mencionar que de nueve sectores de la patrulla fronteriza, el del Big Bend es el que reporta el menor número de aprehensiones.
Presidio y el lugar donde termina la FM-170
Continuamos por cerca de dos horas manejando por la FM-170 y pasamos por Fort Leaton para llegar finalmente a Presidio y cruzar a Ojinaga a buena hora, pues esta ciudad fronteriza mexicana no tiene nada de buena fama. Presidio, Texas se encuentra a poco más de 50 millas de Lajitas y es la ciudad principal ubicada en el Camino del Río. Si sigues por esta carretera te encuentras con los pequeñísimos poblados de Ruidosa y Candelaria, a los cuales no fuimos por falta de tiempo. Cerca de Ruidosa se encuentran los manantiales de agua caliente de Chinati y poco más de 10 millas después, se llega a Candelaria que representa el fin del Camino del Río. Candelaria tiene un pueblo hermano también muy pequeño del otro lado del Río Bravo, pero me dicen que no se puede cruzar y tratar de regresar legalmente a los Estados Unidos por aquí, debido a que el pequeño puente peatonal que conecta a las dos ciudades no es un cruce fronterizo oficial.
Ojinaga, Chihuahua y la “guerra que no puede ser ganada”
Recorrimos muy rápidamente, por automóvil, la ciudad de Presidio; y en realidad pudimos darnos cuenta que ahí no había muchas cosas qué hacer. En Presidio no vimos monumentos históricos, ni edificios grandes; tampoco encontramos fácilmente un lugar para comer. Había un restaurante mexicano con gente afuera esperando entrar. Teníamos hambre y prisa por cruzar por el único puente internacional que comunica con Ojinaga (no Okinawa), Chihuahua. Recordando nuestro cruce y pequeña travesía en la ciudad fronteriza chihuahuense, recuerdo también que hace algunos días—durante la presentación del Programa de Apoyo a la Zona Fronteriza—el actual presidente de México, Enrique Peña Nieto, confundió en dos ocasiones a Ojinaga con Okinawa, Japón.
Yo se que todos podemos cometer errores o confundirnos de vez en cuando, pero la verdad no me explico cómo pasó esto. Okinawa queda muy lejos de México, y no solo eso, en fechas recientes, la ciudad de Ojinaga ha presenciado algunos incidentes violentos que no son fáciles de olvidar para los que estamos interesados en los temas de seguridad, violencia y delincuencia organizada en México. Recuerdo, por ejemplo, el asesinato del periodista y director del periódico en línea Ojinaga Noticias, Jaime Guadalupe González Domínguez, el domingo 3 de marzo de 2013. Cabe destacar también, que desde hace ya mucho tiempo, la ciudad es paso importante de drogas a los Estados Unidos, sobretodo de heroína y mariguana. En una época en la cual el tema de las drogas, su comercio ilegal y el combate al mismo—en México y Estados Unidos—son temas tan importantes, me parece raro que el presidente de México haya olvidado a la ciudad y se haya confundido de esta forma.
Ojinaga es la segunda ciudad fronteriza más importante de Chihuahua, después de Ciudad Juárez, y está situada donde confluye el Río Conchos con el Río Bravo. Pasamos por el puente internacional y vimos a lo lejos ganado vacuno pastando a orillas del río, escena que nos recordó que estábamos en Chihuahua, importante estado productor de carne de res. Desde el puente se entra a Ojinaga por el bulevar Libre Comercio y por ahí caminamos un rato en una tarde muy calurosa con algo de viento. Como el sol me estaba molestando mucho, decidí comprar un sombrero, que como era muy ligero y me quedaba un poco grande se me caía a cada dos minutos. Sergio me dio su gorra y yo le cambié mi sobrero…y así nos tomamos una emblemática foto de hermanos en una ciudad violenta a ratos y, en ese momento, silenciosa. En Ojinaga, como en Presidio, no vimos tampoco mucha actividad. Pareciera ser una ciudad más bien de paso hacia Camargo, Chihuahua y luego hacia la capital del estado (Chihuahua).
Al pensar en Ojinaga y en la importancia de la ciudad en lo que respecta al tráfico de drogas, no puedo dejar de pensar en la guerra que se ha declarado en México para combatir esta actividad. Las guerras contra las drogas no son exclusivas de México. En realidad empiezan en los Estados Unidos cuando se declara ilegal el comercio de estupefacientes y se genera con esto un mercado millonario que da origen a las mafias—muchas veces violentas—que producen y distribuyen las sustancias prohibidas. De acuerdo con muchos analistas, ciudadanos, políticos y hasta ex-presidentes—como Fernando Henrique Cardoso, César Gaviria y Ernesto Zedillo, ex-mandatarios de Brasil, Colombia y México, respectivamente—los esquemas de “regularización” o incluso la “legalización” de las drogas constituyen mecanismos más efectivos para combatir los problemas derivados de la venta y consumo de las sustancias dañinas que tanto afectan a un grupo específico de individuos adictos y que generan una serie de conflictos entre los grupos que deciden abastecerlos en la búsqueda de las ganancias billonarias que originan los mercados ilegales.
Según la lógica específica de esta visión, la guerra que se libra en México ahora mismo y que inició el anterior presidente Felipe Calderón—y que ha dejado decenas de miles de muertos y desaparecidos—resulta una guerra fútil, es decir, una “guerra que no podrá ser ganada” [como dice una parte del título de un volumen reciente editado por los académicos Tony Payan, Kathleen Staudt y Z. Anthony Kruszewski, A War that Can’t Be Won. Binational Perspectives on the War on Drugs. Recomiendo ampliamente la lectura de este material]. Y al acordarme de esa guerra que quizás nunca será ganada, me acordaba de la señora de las moscas, aquella que libraba una batalla que parecía también fútil; que nunca sería ganada si la señora insistía en utilizar su matamoscas al aire libre en un lugar atractivo para las moscas—cerca de un establecimiento de comida. Si la señora quería de verdad acabar con las moscas, mejor debía de acabar primero con aquello que las atraía.
Es difícil a veces posicionarse en el tema de la legalización de las drogas por muchas razones, pero puedo observar que hay tendencias que nos llevan a voltear en esa dirección. Ya veremos los resultados en el futuro próximo. Por ejemplo, en Uruguay se acaba de legalizar la producción y venta de marihuana a través de la aprobación de la “Ley sobre Control y Regulación de la Marihuana y sus Derivados”. Quizás este país haya dado un paso importante para acabar con ese negocio millonario que atrae a tantas personas que terminan muriendo como moscas en guerras sangrientas en diversas regiones del continente americano, que además también tiene efectos muy negativos sobre la población civil inocente—como los aproximadamente cien mil muertos, más o menos, en lo que va de la “guerra contra las drogas” en México.
No obstante, como dije en episodios anteriores, el conflicto reciente en México, no parece ser solamente una cuestión de drogas. En eso iba pensando cuando dejamos Presidio y nos dirigíamos hacia las ciudades de El Paso, Texas y Ciudad Juárez, Chihuahua. De este último tramo de nuestro viaje por la frontera Texas-México, hablaremos hasta el próximo año.