EL PASO — Patricia McCormick le tiró derechazos, pero el toro no los miró. Ella continuó incitando con la muleta, supo que el toro quería agarrarla con los cuernos. Fue entonces que la levantó, el pitón había penetrado trece pulgadas en su pantorrilla. Se dio cuenta que tenía que matarlo.
McCormick describe su segunda cornada en su libro Lady Bullfighter. “Me di cuenta demasiado tarde que el toro estaba ciego de un ojo. Por fin lo había matado. Le di el descabello”.
McCormick falleció a los 83 años en marzo a causa del Alzheimer que la asediaba. Mantuvo una carrera de novillera durante tres años, de 1951 a 1954, debutando en septiembre de 1951, en la Plaza de Toros Samaniego de Ciudad Juárez. Tuvo 300 festejos taurinos en México y Venezuela y seis cornadas, solo una de gravedad.
“Una de las cornadas si fue de gravedad. Creo que le llevaron hasta al sacerdote para ponerle los Santos Óleos, porque ya la daban por muerta, pero logró superar la cornada”, dice Guillermo Díaz, dueño del establecimiento El Tragadero en Cd. Juárez.
Su restaurant está repleto de figuras de toro, carteles de corridas, y fotos de matadores. Su padre fue cronista taurino en los años 50s y 60s y le transfirió la afición por la fiesta brava.
Díaz dice que McCormick fue una mujer muy valiente, “En primer lugar para enfrentársele a una bestia que es el toro no se es cobarde. Desde ese momento en el que se enfrenta a la bestia se es una persona con valor, claro, hay unas personas que tienen más valor que otras”.
En 1937, McCormick atendió a su primer corrida de toros en la Ciudad de México. Tenía apenas siete años cuando se enamoró del toreo. Ella cuenta en su libro que disfrutó de los trajes de luces, del valor de los hombres, y de las ovaciones que daban los espectadores, “Todo era muy maravilloso para mí”.
En febrero de 1950, McCormick se mudó a El Paso para estudiar arte en la Universidad de Minería (actualmente UTEP). Poco después de ser instruida por un viejo banderillero, conoce a los aficionados de un club taurino. Ese día el club se reuniría en unos corrales de Juárez para torear novillos. Fue ahí donde tuvo la oportunidad de estar frente a esa criatura por primera vez.
“¡El torear a ese novillo largucho fue uno de los momentos más emocionantes de mi vida! Casi lloré de felicidad por haberlo hecho (el haber practicado la verónica con una manta después de un año)”.
Después de ese momento el curso de su carrera cambiaría. Roberto Monroy, jefe de publicidad de la plaza de toros en Ciudad Juárez, le presentó a Alejandro de Hierro, su futuro apoderado. El apoderado es la persona quien se encarga de manejar la carrera del torero.
“El apoderado invierte todo el tiempo y dinero sobre el torero, pero si llega a figurar va a ganar dinero porque las figuras del toreo son bien pagadas”, dijo Díaz.
McCormick describió en su libro que de pequeña quería ser varón, no por querer ser masculina si no porque se perdía de muchas cosas por ser niña. Cuando le contaron que solo los hombres podían ser matadores dijo que no estaba de acuerdo, pero no argumentó en contra.
“Me decepcioné cuando me dijeron que solo los hombres podían ser matadores, y cuestioné el asunto con una terquedad peculiar”, dijo McCormick, “ El ser matador con honor y con gracia, y con la valentía de un hombre era una ambición que valía la pena. No aceptaba la idea de que una mujer no podía aspirar a cierta carrera, pero no discutía la idea”.
Aun así McCormick logró destacar como novillera. No llegó a titularse como matadora pero eso fue debido a que no le ofrecieron la alternativa, nadie quiso respaldarla.
“Ella se retiró porque todavía en su época, si ahorita en la actualidad es difícil para una mujer figurar dentro de la fiesta de los toros ¿Imagínese en 1951? Que era otra mentalidad, está más difícil aceptarla”, dijo Díaz, “Pero sí fue importante dentro de la fiesta de toros, si fue importante su carrera taurina, que es reconocida. Todos los del medio taurino saben de ella. Por ser mujer y por ser norteamericana”.
Díaz dijo que el público de una corrida de toros no distingue raza ni color. Él cuenta que el que llega a enamorarse de la fiesta brava nunca la deja, que se muere con el toro, que es un vicio. “Por eso los norteamericanos que ha habido de toreros, que lo han entendido, se han apasionado, y se han estado”, dijo Díaz.
McCormick siempre mantuvo su pasión por la “fiesta brava”, como ella le llamaba. Ella escribió en su libro que había dado y había experimentado lo mejor de pelear con un toro, tanto artísticamente como emocionalmente.
“Verdaderamente, la fiesta brava es un sacrificio en el que se le demuestra a la afición que un hombre puede con arte y con valentía, enfrentarse y salir victorioso ante la vida”.