Ausencia innombrable

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CIUDAD DE MEXICO ­– Que a Uno se le desaparezca un pariente en México ya no es cosa nueva. A diario lo leemos en los periódicos, en el Internet, lo oímos en el radio, lo vemos en la televisión. Su ausencia se vuelve un número más.

Nuestra familia pierde su nombre y apellido cuando alcanza el “honor” de ser un titular, una madre, una hermana, una hija es “cuerpo de mujer encontrado sin vida en” un hermano, un padre, un hijo  se vuelve “hombre sin cabeza aparece en”. El anonimato más cruel. Todos se vuelen un número más.

¿Cómo le hace Uno para lidiar con un duelo que parece interminable? ¿Cuántas velas hay que prender, rezarle a quién para que el padre-hermano-hijo, la madre-hermana-hija que esta mañana salió de casa, que esta mañana salió de la ciudad vuelva al hogar tal cual?

Escribo de esto porque leo de esto, en los periódicos –ya lo dije– pero también en la poesía, en el teatro. Traduzco el libro Jane: a murder de la norteamericana Maggie Nelson que relata la desaparición y asesinato de su tía en Michigan en los años 60. Leo la obra de teatro Antígona González de la poeta mexicana Sara Uribe. Veo vasos comunicantes. Ambos textos son un ejercicio de duelo, de ausencia, de duelo otra vez. El de Nelson es un libro-memoria, el de Uribe es un libro-realidad, ¿en qué momento la realidad supera a la ficción?

La literatura se vuelve el otro medio para hablar de esto, la valentía, la coherencia, la congruencia de estas autoras al tocar temas tan inquietantes (inquietante, qué poca palabra para lo que en realidad quiero decir). Pero la verdad es que Uno quisiera no tener que hablar y leer de esto. Pero hay que hacerlo, alguien tiene que hacerlo.

La escritura, muy probablemente, no resuelve el duelo, al menos no este duelo. Pero el silencio es tanto como convertirlos a ellos, los que se fueron y no volvieron, en un número más dentro de una ausencia innombrable.

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