A propósito de Gabriel García Márquez

EL PASO — Quizá ya lo hemos olvidado. El 17 de abril murió Gabriel García Márquez. Curiosamente su cuerpo eligió morir en la fecha en que murió Benjamin Franklin, al cual quizá le hubiera gustado conocer, y asimismo en el mes en que fallecieron Cervantes, Shakespeare, el Inca Garcilaso, Juana Inés de la Cruz, César Vallejo, Úrsula Iguarán, Yasunari Kawabata y Octavio Paz. Pero tales datos son, desde luego, meramente llamativos y sólo interesan al pedante o al enamorado de las coincidencias. Lo esencial (si es que hay algo esencial en el mundo) es que mientras García Márquez estaba vivo sentíamos que al rompecabezas de nuestra Latinoamérica, pese a su aspecto de disparate, no le faltaba ninguna pieza.

Alber Camus in 1957. (©Robert Edwards, via Wikimedia Commons)

El genio de Camus

I
La superficial creencia de que Albert Camus fue mejor periodista que ensayista, mejor ensayista que dramaturgo y mejor dramaturgo que novelista empezó a propagarse cuando su cadáver aún no se enterraba en Lourmarin. Incluso en los obituarios más elogiosos, sus detractores empezaron a reprocharle la extrema claridad de sus ideas, juzgando que tanta claridad no podía congeniarse con una profunda reflexión. Al respecto, Susan Sontag, en su reseña de la publicación en inglés de los Carnets, 1935-1942 de Camus (The New York Review of Books, septiembre de 1963), fue así de categórica: “But was Camus a thinker of importance? The answer is no. Sartre, however distasteful certain of his political sympathies are to his English-speaking audience, brings a powerful and original mind to philosophical, psychological, and literary analysis”.

¿La reinvención de la realidad?

Días atrás fui a ver a mi hermana y la encontré conmovida tras una visita previa. Había estado con una compañera de la universidad que le había regalado unos frasquitos con agua bendita para que se mejore de la gripe. Mi hermana me los enseñó. Tenían una etiqueta con la imagen de la Virgen María y, debajo de ésta, la fecha de caducidad. Resultaba evidente que la buena amiga creía con firmeza en la capacidad milagrosa del agua bendita.

Sobre El corazón del escorpión — La primera novela de José Manuel Palacios

EL PASO — Hay personas que se pasan la vida entera anhelando ser escritores. Para ellas, el prestigio de la palabra ‘escritor’ es enorme y ensombrece todo lo demás. Incluso la actividad de escribir. Porque se trata —esto no lo razonan: lo sienten— de aparecer ante sí mismos y ante los demás como escritor, cuanto antes, mejor, y sin que deba mediar ningún otro esfuerzo más que el necesario para lograr una buena apariencia. Son, pues, las encarnaciones de frases ingeniosas que pretenden hollar la imaginación de sus oyentes con la imagen de genio incomprendido.

Algunas reflexiones a propósito del libro 2006: ¿Fraude electoral?

EL PASO — 2006: ¿Fraude electoral? es, según creo, un libro necesario. Se diferencia de otros no sólo porque Jorge López Gallardo lo ha escrito socarronamente, sino también, y quizá sobre todo, porque lo ha escrito con buena sintaxis y, hablando en general, sustentándose en un criterio científico. De la primera cualidad cabe recordar que la ironía suele ser un buen utensilio contra la desesperación y la estupidez; de la segunda, que siempre hace falta el orden y la claridad expositiva en un medio en el que se publica demasiadas cosas ininteligibles. El libro es también un homenaje a los llamados ‘anomaleros’, es decir, al grupo de personas que, casi todas ellas sin conocerse entre sí y trabajando a distancia con sus propios computadores (algunas en México, otras en Estados Unidos, en Europa, en Sudamérica), quisieron verificar los datos que aparecieron el mismo día de la votación, ya que “el sistema mexicano de presentación de datos por Internet permite que prácticamente cualquier ciudadano pueda ver, capturar y estudiar los resultados parciales de la votación, mientras estos datos son generados en todo el país, o los finales, cuando el conteo haya terminado”.[1] Por lo visto, aquellos datos se expusieron al público sin imaginar que había ciudadanos que irían a estudiarlos minuciosamente.

Un día en Ciudad Juárez

Aquel martes que deambulé por Ciudad Juárez vi algunas funerarias. Una de ellas, Perches, ofrecía ataúdes de metal o laminados en pan de oro. Recuerdo que el gerente del local sólo tenía una queja con respecto a la situación: la morgue oficial, el SEMEFO, no podía con tanta necropsia y le remitían los cadáveres tarde y con gotero. Pero era comprensivo con la situación y se armaba de paciencia.