The Help – Una historia mexicana de nuestra querida empleada ‘de planta’

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Nuestra querida Flor. (Myriam Cruz)

Nuestra querida Flor. (Myriam Cruz)

EL PASO – Flor tenía 15 años cuando llegó a la casa de mis padres en 1971 desde un pueblo en la frontera entre Chihuahua y Durango, Villa Ocampo, uno de los lugares donde Pancho Villa tuvo una de sus haciendas. Venía a la “ciudad”  a trabajar como ayudante doméstica de planta, lo que quería decir que viviría con nosotros a partir de ese día.

Según mi mamá, no sabía mucho del trabajo doméstico. Platicaba que le tuvo que enseñar desde hacer las camas hasta limpiar un baño; por supuesto no sabía cocinar. Con el tiempo aprendió a cocinar comida de mi tierra: pulpos en su tinta, plátanos maduros, bacalao a la vizcaína, y la mejor pierna de puerco en chile pasilla que he probado en mi vida.

Nuestra querida Flor. (Myriam Cruz)

Nuestra querida Flor. (Myriam Cruz)

Mi hermana menor tenía dos años, mi hermano, el único varón y primogénito, tenia 10 y yo ocho. Creció junto con nosotros, un buen día nos dijo que se cambiaba de religión junto con otros miembros de su familia, ahora sería Testigo de Jehová, a partir de entonces, salía un día entre semana para sus reuniones y se pasaba los domingos visitando casas para predicar sus creencias. Mamá nos dijo que no teníamos derecho a opinar, sin embargo, pasados algunos años, resultó que ella decidió salirse. La razón fue que le habían prohibido seguir trabajando en nuestra casa, donde un varón soltero vivía bajo el mismo techo que ella, para entonces ya éramos su familia, y optó por nosotros…

En la casa contaba con su propia recámara, con todo y baño, a un lado de la lavandería y unos pasos de la cocina, le gustaba arreglarse para salir, tenía una cabellera bellísima, abundante y con mucho brillo, en cuanto a su carácter, hacía honor a su tierra, trabajadora, valiente y más leal que nadie, con sus altibajos de humor.

Flor se fue convirtiendo en la cómplice perfecta cuando teníamos amigos en casa, enseguida inventaba que hacer de comer, nos consentía a espaldas de nuestros padres, –lo cual nunca le causó ningún pendiente, todos sabíamos que los regaños eran un simple requisito–, la verdad es que les encantaba que estuviéramos en casa tanto tiempo, así que poco a poco nuestra casa se hizo el centro de reunión gracias a la anfitriona que teníamos dispuesta a divertirse junto con nosotros escuchando las aventuras, travesuras, noviazgos y muchas otras historias que muy probablemente le faltó vivir, algo que nosotros nunca consideramos.

Ella vivía a través de nosotros, se reía de las locuras que se nos ocurrían y era la primera en idear como zafarnos de la vigilancia paterna.

Al cabo de un tiempo notamos que ya no iba a visitar a su familia con la regularidad y constancia del principio. La realidad es que prefería esperar a que llegáramos de misa y comer en algún restaurante, ya sabíamos cuales eran sus platillos favoritos, atendía al Padre Montoya que pasaba a comer con nosotros, y a veces solo con ella, los lunes o martes, en una extraña relación. Flor nunca aceptó regresar a ser católica, tampoco se consideraba 100% Testigo de Jehová,  cuando murió fue un lío, pero nos impusimos a la mayoría de su familia, una hermana carnal y tres de amor, y el Padre Montoya le hizo su misa.

Tenía tanta confianza en ella que durante la cruel enfermedad que se llevó a mi papá, un día se me olvidó mi hija, llena de remordimiento hablé a mi casa y Flor me consoló y aseguró que ni siquiera se había dado cuenta, que estaba muy contenta haciendo su tarea y viendo la tele. Flor era parca, seca, pero llena de amor para nosotros, lo demostraba haciendo un platillo especial, hablando al celular para pasar un recado que nos pondría contentas, cuando quería era diplomática y a todos nos daba por nuestro lado, pero si alguien nos ofendía, más valía que no fuera a la casa o sería puesto en vergüenza y recibiría ácidos reclamos, sin importar quién estuviera presente, de verdad.

Lo difícil era hacer que fuera al médico a un chequeo, que nos aceptara un regalo, que saliera con nosotros, en rarísimas ocasiones nos acompañó como familia, sin embargo, era muy generosa con nosotros, siempre nos preguntaba que nos gustaba para regalarnos, especialmente a los niños.  Le gustaba mucho recibir a ciertos amigos de nosotras, en esas ocasiones, se quedaba a departir como lo que era: un miembro más de la familia.

Flor fue como una hermana mayor que se quedó en casa, en quien todos nos apoyamos siempre o en algún momento, porque así era ella, alguien en quien uno podía confiar hasta lo último, como cuando se enfermó papá y entonces era como una sombra, observando nuestras caras tristes y angustiadas, sin saber qué hacer, buscando alegrarnos con una comida, cuidando a mi papá, recibiendo a los médicos, atendiendo a los enfermeros, lidiando con las visitas de la familia y los amigos.

Le gustaba Vicente Fernández, la música norteña y oír el radio por la mañana,  uno de sus mejores recuerdos fue cuando asistió a un concierto en la plaza de toros, la sonrisa le duró semanas, sus conversaciones empezaban y terminaban con frases de canciones que “Chente” le cantó ese día, también le gustaba ir a la feria. Se llevaba a mi hija, llegaban encantadas de haberse subido a los juegos, probado todas las golosinas y la niña llegaba cargada de juguetitos que Flor le había comprado con su dinero, y se ofendía a la sugerencia de reembolsarle esos gastos.

A veces se levantaba a media noche a limpiar la casa, dos o tres de la mañana, esperaba que mi papá se fuera a nadar a las cinco de la mañana y de ahí en adelante no salía hasta las seis o siete de la tarde. Tenía un cierto enamoramiento por él, la teoría que tenemos mis hermanas y yo fue que su muerte fue demasiado para ella, dos años después de su muerte, pensamos que perdió el interés de seguir en este mundo, quizá fue un desajuste hormonal que le ocasionó una depresión severa, la realidad es que nunca sabremos que fue lo que la hizo decidir un 2 de enero terminar con su vida ya que no dejó alguna nota explicando sus motivos, y nos dejó en un estado de desolación e incredulidad.

Después de leer el libro “The Help”, que trata sobre la historia de mujeres domésticas en Alabama durante los 60’s, una vez que pasan las risas y los juicios sobre los blancos, no puedo evitar reflexionar sobre el gran remordimiento en mi corazón por no saber exactamente donde vivía su familia, los nombres de sus hermanos y hermanas,  que perfume le gustaba, cuáles eran sus sueños y que deseaba para ella en el futuro, quizá es que para nosotros, ella era parte de nuestra familia, aquella otra, la primera, estaba lejos, distante, con quien convivía era con nosotros, no nos hacía falta saber de esos parientes que nos robaban un poco la atención y el amor de ella.

Ahora tengo una buena amiga que llega a mi casa una vez por semana a ayudarme con la limpieza de mi casa, es mi amiga, y durante ese día platicamos de nuestra semana, nos confiamos problemas y compartimos triunfos, pero falta ese trato diario, de familia, de mi querida Flor…

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