Algunas reflexiones a propósito del libro 2006: ¿Fraude electoral?

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EL PASO — 2006: ¿Fraude electoral? es, según creo, un libro necesario. Se diferencia de otros no sólo porque Jorge López Gallardo lo ha escrito socarronamente, sino también, y quizá sobre todo, porque lo ha escrito con buena sintaxis y, hablando en general, sustentándose en un criterio científico. De la primera cualidad cabe recordar que la ironía suele ser un buen utensilio contra la desesperación y la estupidez; de la segunda, que siempre hace falta el orden y la claridad expositiva en un medio en el que se publica demasiadas cosas ininteligibles.

El libro es también un homenaje a los llamados ‘anomaleros’, es decir, al grupo de personas que, casi todas ellas sin conocerse entre sí y trabajando a distancia con sus propios computadores (algunas en México, otras en Estados Unidos, en Europa, en Sudamérica), quisieron verificar los datos que aparecieron el mismo día de la votación, ya que “el sistema mexicano de presentación de datos por Internet permite que prácticamente cualquier ciudadano pueda ver, capturar y estudiar los resultados parciales de la votación, mientras estos datos son generados en todo el país, o los finales, cuando el conteo haya terminado”.[1] Por lo visto, aquellos datos se expusieron al público sin imaginar que había ciudadanos que irían a estudiarlos minuciosamente.

Cubierta del libro 2006 ¿Fraude electoral?

2006 ¿Fraude electoral? por Jorge Alberto López Gallardo

Dichos estudios, desde luego, fueron especializados. No en balde lo llevaron a cabo matemáticos, físicos o entendidos en el cálculo de probabilidades, y de aquí que las partes complicadas del libro sean aquellas que se apoyan en fórmulas poco menos que esotéricas para el lego. Por fortuna, López Gallardo desenreda la madeja y consigue explicar estos procedimientos lógicos de un modo transparente, de forma que la última conclusión es clara: los votantes mexicanos de 2006 fueron embaucados.

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Las tentativas de fraude electoral se han sucedido con tanta frecuencia en todas las comunidades humanas que, sin duda, ya hacen parte de la naturaleza de las elecciones políticas. No cabe duda de que esto ni explica ni justifica aquellas tentativas; más bien, es un diagnóstico que obliga a buscar con urgencia algunas metodologías que las hagan mucho más evidentes. Es en esta dirección que el libro López Gallardo, científico especializado en reacciones nucleares y Fellow de la Sociedad Americana de Física, puede significar un valioso aporte al reconocimiento temprano del fraude electoral.

Pero, ¿cuáles pueden ser las causas de tales intentonas de fraude? El quid del problema es, por cierto, la corrupción de la ética, pero señalarlo así no ayuda en nada a eliminar o prever la corrupción ni sus efectos. Salta a la vista que durante siglos ha resultado inútil saber que, en el intervalo de cualquier contienda, sea cual sea su origen, es común que emerja la tentación de romper las reglas del juego con el fin de prevalecer sobre el contrincante. Sin embargo, puede ser de provecho reconocer que esta tentación, en principio, es irracional, pero casi de inmediato se justifica racionalmente de mil formas y desde muy distintas categorías morales. Más aun en política, en donde las argucias y las medias verdades de los candidatos tienen como aliciente su probable impunidad. De manera que cuando las estrategias de una campaña no bastan para ganar una elección a través de las urnas, crece como un chancro la tentación del fraude.

Ahora bien, de la tentación al fraude todavía hay mucho trecho. Levarlo a cabo implica, por supuesto, numerosas complicaciones, bastante enrevesadas si además se quiere tener una apariencia democrática. Incluso los dictadores, cada cierto tiempo, quieren fingirse individuos respetuosos de las leyes. Por consiguiente, un fraude electoral depende tanto de las intenciones como de la cantidad de recursos económicos, gente involucrada y medios técnicos de que se disponga. En el caso que estudia el doctor López Gallardo, esa solvencia la tuvo por demás el candidato oficialista Felipe Calderón Hinojosa.

Al respecto, pueden sintetizarse tres ejemplos, el último de los cuales se detalla en el libro. 1) El porcentaje de dinero que el Estado concedió al Partido Acción Nacional, pan, para sus gastos de campaña fue el mayor que se dio en toda la historia de ese país: 613 405 424.52 pesos —y tanto el presidente de entonces, Vicente Fox, como Calderón Hinojosa fueron y aún son miembros de dicho partido—[2]. 2) El Instituto Federal Electoral, ife, máximo organismo creado para fiscalizar la legalidad de las elecciones mexicanas, ha sido conformado, desde 1990 hasta la fecha, mediante el sistema de cupos partidarios, de manera que no es imposible imaginar que la mayoría de sus miembros pudieron sentir favoritismo por el candidato del pan[3]. 3) La empresa Sagem Defénse Securité-Identix, que ganó en noviembre de 2005 la licitación pública para llevar a cabo el control informático de los padrones electorales del 2006, tuvo como propietario a Diego Hildebrando Zavala Gómez del Campo, cuñado del candidato Calderón, hoy presidente de México[4].

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En muchos pueblos de Latinoamérica se da por sentado, con toda naturalidad, que siempre hay intentos de fraude en sus elecciones políticas. Por el contrario, en países como Estados Unidos es usual que la mayoría de la población crea en la honestidad de las suyas. Esto parece demostrar que cada país es verdaderamente una ‘comunidad imaginada’ (en la terminología que impuso Benedict Anderson) y que los países al sur de Estados Unidos, en términos políticos, imaginan siempre lo peor sobre su propia gente.[5] Sin embargo, resulta claro que ninguna sociedad humana es inmune al fraude electoral. Por ejemplo, en Norteamérica basta recordar el llamado Tilden-Hayes affair de 1876, o el más cercano escándalo de la votación del año 2000, para entender que en todas partes se cuecen habas.[6]

Al respecto, el libro de López Gallardo es más que una denuncia. Por encima de todo es la defensa de un método con que puede impugnarse rigurosamente cualquier intento de fraude. Acumula pruebas y más pruebas, las somete a un estructurado análisis lógico y deriva sus conclusiones, que por cierto lindan con el escándalo. Si me lo permiten, reseñaré en el siguiente párrafo sólo uno de estos incontables casos narrados en la obra que nos ocupa.

Poco antes de la elección mexicana del 2006, Choice Point, una compañía norteamericana vinculada con el sistema electrónico de votación en Florida (precisamente en aquel turbio recuento de votos que le dio la presidencia a George Bush Jr.), tenía en su poder los padrones de la elección mexicana anterior, del 2000. El pretexto fue el que sigue: luego del ataque a las torres gemelas de Nueva York por ciudadanos iraquíes, el presidente Bush decidió que la gente latinoamericana significaba un peligro terrorista. Guiado por este único y curioso razonamiento en su cabeza mandó que el fbi obtuviera una gran base de datos de la gente más inquietante entre los hispanos, o sea, aquellos que corrían el peligro de elegir gobiernos de izquierda. ¿Cómo adquirir los datos? Muy simple. Comprando los padrones electorales, donde se consignan nombres, apellidos, fechas de nacimiento y números de identificación. Así, la compañía Choice Point tuvo carta blanca para adquirir dichos padrones, recibiéndolos ilegalmente y a precio de bagatela de manos de empleados federales o gubernamentales de Brasil, Venezuela y México. “Por razones no especificadas —dice López Gallardo—, Choice Point hizo más que bien su trabajo y de paso obtuvo también información sobre seis millones de licencia de manejo de todos los guiadores del df” (p. 30). Luego, este cúmulo de información fue entregado al fbi. Los vínculos posteriores entre los consultores norteamericanos —de una u otra forma a su vez ligados con el fbi— y el pan nunca fueron completamente esclarecidos, pero el día de la votación del año 2000 se hizo público el acceso que tuvo la empresa Hildebrando117 —asimismo dirigida por Diego Hildebrando Zavala Gómez del Campo, cuñado de Calderón Hinojosa—, encargada de la propaganda del pan, a los padrones electorales mexicanos. Pese a ello, finalmente el Instituto Federal Electoral, ife, declaró válido el proceso y proclamó presidente de México a Calderón.

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Sin duda, habrá quienes no estén de acuerdo con las opiniones y los resultados expuestos por López Gallardo. El problema es que para estar en desacuerdo con él hay que tener su competencia científica y, sobre todo, matemática, pues de lo contrario, para nosotros los legos, creer o no creer en sus argumentaciones técnicas será una cuestión de fe.

No obstante, sucedieron demasiadas irregularidades en aquellas elecciones generales del 2006 en México como para creer a pie juntillas en la legitimidad del gobierno de Felipe Calderón Hinojosa. Como está expuesto en el libro de López Gallardo, numerosos especialistas publicaron sus objeciones lógicas y técnicas al poco tiempo de darse a conocer los resultados electorales. Y el rigor de sus conclusiones no parece arrojar ninguna sombra de duda: hubo fraude.

El verdadero problema, entonces, no es finalmente de qué lado está la verdad sino, más bien, si esta verdad tiene el poder suficiente para cambiar las cosas, o, por el contrario, si los engaños, las burlas y los crímenes contra la población civil, que son el pan de cada día en México, seguirán prevaleciendo hasta la última desintegración moral y política del país.

No hay una respuesta segura para la disyuntiva. Pero libros como 2006: ¿Fraude electoral?, del doctor López Gallardo, pueden ayudarnos a sacudir de nuestras cabezas el marasmo de la infeliz resignación. Y en este sentido es que resultan, más que apropiados, indispensables.

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[1] Jorge Alberto López Gallardo: 2006: ¿Fraude electoral? Estudios de las anomalías de la elección presidencial. Doble Hélice Ediciones, Chihuahua, México, 2009, pp. 27-28.

[2] Véase también: Roberto Gutiérrez, Alberto Escamilla y Luis Reyes (comp.): México 2006: Implicaciones y efectos de la disputa por el poder político. Universidad Autónoma Metropolitana, México df, 2007, p.186.

[3] Ibídem, p. 186 y ss.

[4] 2006: ¿Fraude electoral? Estudios de las anomalías de la elección presidencial, p. 32 y ss.

[5] Estas comunidades son, por llamarlas de otro modo, ‘artefactos culturales’ que producen una mitificación de sus orígenes, se definen por semejanzas y oposiciones respecto de otras comunidades e idealizan los signos que vinculan espacial y temporalmente a sus miembros. Al respecto, véase de Anderson su Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism. Verso, London & New York, 1983.

[6] Sobre esto último confróntese el libro de Herma Percy: Will Your Vote Count? Fixing America’s Broken Electoral System. Praeger, Westport, Conn. & London, 2009. Y también la obra colectiva editada por Mark Crispin Miller: Loser Take All: Election Fraud and the Subversion of Democracy, 2000-2008. Ig Publishing, New York, 2008.

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